Este malentendido tiene sus raíces en una interpretación errónea de los conceptos de neutralidad y abstinencia. Algunos analistas creyeron que debían permanecer en silencio para evitar que su subjetividad afectara su trabajo. Asumieron que esto significaba callar, abstenerse de reír, mostrar alarma o ser amigables. Sin embargo, el rol del analista implica una posición ética activa, que nada tiene que ver con proyectar una imagen pura y vacía (como si eso fuera posible).

Aún hoy, hay quienes cuentan que han acudido a un analista para compartir sus problemas más íntimos y han recibido nada a cambio. Entran en la consulta, se les indica dónde sentarse y, luego, se encuentran con el silencio. Los efectos de ese silencio varían según la persona, pero difícilmente sea una experiencia acogedora. Es importante aclarar que el silencio del analista no es, en sí mismo, una condición de neutralidad. No responder a ciertas demandas específicas no equivale a callar por completo. Y, además, no responder a una demanda no implica ser frío o distante.

Entonces, ¿qué determina la praxis del Psicoanálisis? :

Lacan introdujo el concepto de deseo del analista, lo que permite pensar la neutralidad de un modo menos imaginario. La función del analista es ocupar un espacio vacío, lo que significa no situarse como el objeto de deseo ni indicar cuál debería ser este. No responde desde un Ideal o una noción del bien, sino que enfatiza que lo valioso yace en otro lugar. Se ubica lo más lejos posible del Ideal, sin marcar un rumbo a seguir, sino indagando en cómo se desea.

Un análisis puede transcurrir en un entorno cálido, amigable e incluso atravesado por el humor. El analista puede hablar y decir cosas inesperadas sin que eso dañe su posición. El concepto de deseo del analista demuestra cuán errada es la idea de neutralidad y abstinencia entendida como la mera abstención de hablar. Lo fundamental, en cambio, es la posición ética del psicoanalista.